Tres historias

Basado en una historia real ocurrida en Agosto.

Historia Uno

     Hola. Me llamo Pablo. Nací en un pueblo manchego pero ahora estoy viviendo en Madrid. Tengo entre 18 y 40 años. Moreno. De complexión delgada y de estatura normal. Lo que viene llamándose un ciudadano medio.

     He trabajado toda la vida como camarero hasta que hace unos meses me enviaron al Paro y con la capitalización me monté mi propio negocio. Regento una cervecería. No tiene la fama ni la variedad que el Kulminator de Amberes, pero me da para pagarme la casa, la comida y tener algunos ahorrillos.

     Hasta hace poco conducía un coche viejo que me revendió mi cuñado. Yo no fumo pero el coche traía ambientador olor a tabaco de serie. Mi cuñado toca en una banda de rock -en sus ratos libres, en 8x5 trabaja en una frutería- y cada vez que montaba a los compañeros llenaban el cenicero de colillas. Nunca lo vaciaban. Cuando lo hacían, muchas veces era en el asiento trasero. La verdad es que estaba hecho un asco y ya me daba un poco de vergüenza ajena conducir el "Forito".

     Digo hasta hace poco porque con lo que me voy sacando con la cervecería me he empeñado en un coche. Uno pequeñito, de esos que no sabes con certeza si vienen de Japón, Corea o China. Igual es chino. Ahora casi todo es chino. Lo he estrenado esta semana. Hoy cierro la "Cervececoteca" y he venido a merendar a casa de mis padres. Hace casi un mes que no les veo. Entre sus vacaciones y el negocio propio vernos en Julio ha sido del todo imposible. Mis padres viven en Virgen del Puerto. Bueno, cerca. Aparcar en el barrio da mucha pereza desde que pusieron los parquímetros de la ORA1)  porque la visita te sale por un ojo de la cara. Mis padres lo saben. Claro, que también saben que en Agosto no se paga a partir de las tres. Mi madre es infalible. No se le escapa una y el otro día me recriminó que no haya ido antes a visitarles.

     Tengo un coche nuevo desde hace exactamente una semana: "La Bala Negra". Dicen que los hombres con un coche nuevo nos volvemos más tontos que de costumbre. Yo no me he vuelto tonto, pero no recuerdo estar tan psicótico en la vida. Parece que el coche sea ahora lo más importante. Ya lo he lavado dos veces desde que me lo dieron. Una de ellas incluso le pasé un aspirador de mano. Me ha costado tanto esfuerzo conseguirlo y tenía tantas ganas de que me lo dieran...

     La merienda en casa transcurre sin problemas. Mamá sabe lo que me gustan las rosquillas fritas y ha comprado una bolsa en el Covirán. No están tan buenas como las que hacía la abuela del pueblo, pero oye, se dejan comer. Les digo a mis padres que me voy a asomar a la ventana. Mi madre espeta que el coche nuevo me va a quitar la vida. Digo que no con la cabeza y resoplo. Aunque sé que en parte lleva razón.

     He aparcado justo en el portal de mis padres. La bala negra se queda separada la misma distancia por delante que por detrás. Perfectamente alineada. Al otro lado de la calle, un poco por detrás de mi coche, ha quedado un hueco. Viene un señor con un Mercedes viejuno. Yo siempre digo que es un coche de torero. El típico coche de alguien que nunca ha tenido un duro y de repente se ve con cuatro perras y se compra el coche más caro del concesionario para pasear por el pueblo con las ventanillas bajadas saludando. La verdad es que el coche es descomunal y pasa por la calle con cierta dificultad. Viene despacio. Va buscando aparcamiento seguro. Se ha fijado en el único hueco de la calle. En frente de mi coche. Maldición. Con un poco de suerte no le entra y sigue su curso. Sitúa el coche en el hueco para ver si le entra. Maldición. Empieza a dar marcha atrás girando el volante. Se pega demasiado a los lados. Oye, ¡aléjate que al final me lo vas a rozar! Cuidado. Cuidado. CUIDADO!!!! Joder, parece que me ha arañado la puerta. No me jodas. Se ha arrimado mucho, pero no puedo estar seguro. Desde aquí arriba no lo veo bien pero me parece haber oído hasta el arañazo. Voy a bajar a mirar.

     Mi madre ve la cara de mala leche y me pregunta qué me ocurre. Le respondo que ahora le cuento. Bajo las escaleras de tres en tres. Igual voy de cuatro en cuatro. Contarlas no es prioritario. Cuando salgo del portal confirmo con horror la masacre. Vale, es sólo un arañazo múltiple, pero me duele como si me hubiera arañado el corazón con un cuchillo de esos japoneses que anuncian en la teletienda. El otro conductor ya no está. Me parece increíble que en cuestión de dos minutos haya podido abandonar la escena del crimen. ¡Qué cabrón! Se va a enterar. Ahora mismo hago unas fotos y doy parte a mi seguro. No soy notario, pero seguro que lo puedo utilizar para colarle un parte sin contrario. Menudo pájaro. Además le voy a dejar una nota para que por lo menos se le caiga la cara de vergüenza.

     Le cuento toda la película a mis padres. Me dicen que no me preocupe, que sólo es un coche. Que para eso tengo contratado un seguro a todo riesgo. De hecho, prácticamente le he incluido en una póliza antiterrorista. En el fondo sé que llevan razón y que me lo van a arreglar, pero estoy indignado. Levanto el teléfono y telefoneo el 902 de mi seguro...


Historia dos

     La jornada intensiva es el mejor invento de la humanidad. Para un trabajador sólo comparable al de las pagas extra en verano e invierno. Madrugas un poco más de lo habitual y llegas a casa con bastante más hambre, pero tienes toda la tarde libre para perderla descansando.

     En nuestro caso, como en el de tantos otros, la niña (que tiene año y medio) nos demanda cada minuto de nuestro tiempo libre, por lo que colocarla en Agosto con los abuelos cuando no hay guarde es una bendición. Sé que este pensamiento es de #MalPadre, pero podría ser peor. Podríamos aprovechar la coyuntura para disfrutar de nuestra libertad veraniega y hacer algo tan extraordinario como ir al cine entre semana. Eso sería la caña. A veces lo hacemos y luego nos sentimos fatal (ja!).

     Esta tarde toca visita a los abuelos de Madrid para merendar juntos y ver cómo Marta nos toma el pelo, mientras tu suegra repite como un mantra que «con ella eso no lo hace», que «come estupendamente y por la noche nunca se despierta». Ya...

     Como casi siempre, vamos apurados. Hemos aprovechado a echar una cabezadita después de comer que se nos ha ido de las manos y ya estamos con las prisas. Lo bueno de este mes es que en Madrid no se paga por aparcar en la puta calle a partir de las 15 1). Si a esto unimos la diáspora madrileña, ir por la tarde a la Capital no es tan desagradable. En 15' me presento en el barrio y en la misma calle encuentro hueco. Parece que me cabe: Probemos. ¡Cupió! Me he arrimado un poco al coche de al lado mientras giraba, pero yo creo que no le hecho nada. Por supuesto que mi coche, un mercedes heredado de Padre cuya antigüedad es mayor que algunos de mis compañeros de trabajo, ni lo ha notado. Ni yo tampoco. Si lo ha notado al menos no se ha resentido. 

[...]

     Hemos pasado una tarde estupenda, pero ya toca recogerse para cenar a una hora prudente, que mañana madrugamos. Cuando entro al coche veo un papelillo, como una multa. No puede ser -pienso-, si ahora no se pagaba. Alargo la mano y lo recojo. Es una nota manuscrita ¿?






     Miro el coche de al lado. Es uno de esos utilitarios koreanos de gama media. Parece cierto que le he rozado. Al menos la puerta tiene marcas de haber pasado un trapito por una rozadura. Puffff. Menudo tocapelotas. Lo flipo un rato, pero corto. Estoy un poco cansado y sinceramente no me apetece darle muchas vueltas al tema.

     ¿Habéis visto en los dibujos, que cuando la gente tiene que tomar una decisión, le aparecen un diablillo a un hombro y un angelito en el otro? Yo sólo tengo demonios. Normalmente es más divertido pero para estas ocasiones se echa de menos a Pepito Grillo.

     La primera idea que se me ocurre es pasar del tema. Esperar unos días que me llame el seguro y contestar con un: "Vad säger du?" ("¿Qué dice usted?" -en Sueco).

     Se me ocurre la brillante idea de comentarlo con mi mujer, Craso error. Mis demonios desaparecen del tortazo de realidad. Decido entonces ser buena persona. Total, con mi seguro a terceros me va a suponer prácticamente nada dar un parte, y este pobre chico tiene el coche impecable. Bueno, lo tenía hasta esta tarde.

     A la mañana siguiente, con más vergüenza que otra cosa, le escribo por Whatsapp. La carrera de la mañana me ha despejado la mente. Tengo clara la estrategia. Asumo que la he cagado y que puede estar enfadado. Aflojo desde el principio pidiéndole disculpas, eso sí, con mis conocimientos de Sueco básico me hago el de "no me di cuenta". "Si quieres te hago un parte", "bla, bla, bla...". Uno no sabe nunca a quién tiene al otro lado del celular. Mejor ir de tranquis.

     Convengo que la cosa es más divertida si guardo su contacto como Pablo Tocahuevos. Me río solo por un momento.



     No le llegan al momento. Casi mejor. A última hora de la tarde me dice que agradece la respuesta, pero que no me preocupe que su seguro se pondrá en contacto con el mío para arreglarlo. Respiro aliviado. Siento que he hecho la acción buena del día y que el karma me lo va a devolver con una semana tranquila en el trabajo.


Historia tres

     Estoy sacando a pasear a "Mordiquitos" por el barrio. Mira, ahí están repartiendo flyers de esos de contactos eróticos por los parabrisas...




1)
Visto en el metro de Londres
Visto en el metro de Londres

Bonus Track: Casi dos meses después mi seguro no me ha dicho ni mú. Decido no insistir en el tema, por si acaso, pero prometo publicar la historia en mi blog ;)



Palabra de Menda.